martes, 3 de abril de 2007

Con la música a otra parte


El pasado jueves 29 de marzo, tuve ocasión de asistir a un concierto de piano del maestro Juan José Chuquisengo en el auditorio de la nueva sede de la Biblioteca Nacional. Acudí contenta de poder disfrutar de esta hermosa música, acompañada de mi pequeña hija Celeste de 3 años.

Estaba toda acomodada en tercera fila; y, los vecinos de butaca, casi todos, eran mayores, de pelo blanco, y señoras empingorotadas. De pronto, empecé a escuchar como unos cuchicheos y una voz de un señor de respeto que me decía: Señora, ¿no cree que es inconveniente que una niña tan pequeña asista a un concierto de esta naturaleza?. Para ello, mi Celeste, como cualquier niña de su edad estaba sentadita pero inquieta, me preguntaba cosas, se sentaba, doblaba sus piernitas y se mostraba un poco movida por la espera. Inclusive, la senora de adelante le había dicho en dos ocasiones que no chocara con la butaca. A propósito, esperamos más de media hora para que empezara el concierto.

De pronto, mientras se acercaba el momento de inicio del concierto, se reiniciaron los cuchicheos. Escuché: ¡Allí está Armando Sánchez Málaga, yo creo que él no lo permitirá! en la voz de una mujer. Mi corazón se encogió y mi pequeña Celeste quería hundirse en la butaca. De hecho entendía todo. Las dos habíamos entendido que pretendían sacarla, o sacarnos, del auditorio; temiendo al comportamiento de una niña pequeña.

Allí nomás, se acercó un grupo de gente. Para eso, ya le habían dicho a la anfitriona cercana, quien a su vez me había sugerido que me sentara más atrás. Claro que yo asentí a todo, por evitarle un mal rato a mi pequeña Celeste. Pero, claro, ni pensaba pararme. Y el maestro Sánchez Málaga, acercándose, me dijo: Señora, podría Ud. ubicarse más atrás, cerca de la puerta, de manera tal que cuando su niña se mueva, Usted la saca. Yo asentí y le dije, muy bien, muy bien. Al instante ya había asomando la mamá amorosa y protectora que soy yo con mi única hija con quien quería compartir este bello concierto, al que, por cierto, ella ya sabía cómo debía comportarse.

Pero, claro, quién nos conocía.

También se había acercado la anfitriona, movida por las voces de las y los viejitos que nos rodeaban, a quien también le contesté: Muy bien.

Claro que, con mi Celeste, ni nos amilanamos.

De pronto, y ya, empezó el concierto.Un momento antes había escuchado por ahí, en cuchicheos: el Maestro Chuquisengo no aguanta ninguna bulla, él acostumbra pararse e irse cuando se siente fastidiado. (Imagínense cómo habrá estado mi corazón, en la boca. Pero no iba a salir de allí. No iba a permitir que hicieran sentir mal a mi niña, que es la luz de mis ojos y el aire que respiro).

Al fin, disfrutamos del concierto. Bello, bello. Las dos extasiadas. Todos extasiados, disfrutamos la música. Mi niña feliz, muy quieta y muy correcta. Yo la abrazaba como queriéndole transmitir mi seguridad. Ella aplaudía cada vez que debíamos hacerlo.

Claro que después, cayó en sueño antes de que se diera el intermedio.

Qué sensación más pura y feliz de haber compartido con mi pequeña Celeste de 3 añitos, un gran concierto con música de Chopin, Beethoven, Schubbert.. Y muy a pesar de todos los viejitos discriminadores que no pudieron con la convicción de una madre como yo, que asume con todo la forrmación personal de su pequeña hija.

Y algo para contarlo: Al decidir salir ya, con el dolor de mi corazón, pero es que, mi niña se había dormido, con ella en brazos, al pasar por una de las filas del medio, una señora empingorotada me dijo: Señora, La felicito, La felicito muy de veras porque su niña se ha portado excelentemente.

Y colorín colorado: esta mamá y esta hijita pequeña disfrutaron de su concierto de piano.

¡Y eso que no han visto a mi niña navegar en internet como los más rentados!.





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